La Navidad llega, y con ella el silencio más difícil: el de una madre que ama y espera. Mi hija no está a mi lado, no por falta de amor, sino por una injusticia que nos separa. Aun así, mi corazón no deja de llamarla, de abrazarla en pensamiento, de sostenerla desde lejos. En esta noche en que el mundo habla de familia, de luz y de paz, mi deseo es simple y profundo: que ella sienta, donde esté, que su madre nunca dejó de estar, que el amor no se rompe con la distancia ni se borra con el tiempo. La Navidad no siempre es alegría; a veces es resistencia, fe y esperanza. Y yo sigo creyendo que la verdad, el amor y la justicia también saben encontrar su camino. Te amo, hija, por siempre y para siempre, hasta que el para siempre ya no exista


